Autores:
Arturo Aguirre
Eduardo Yahair Baez Gil
Resumen
En las últimas tres décadas se ha usado críticamente el concepto de urbicidio para describir los procesos de destrucción y aplicación de violencia excesiva en contra de las ciudades. Por su alcance armamentístico y el protagonismo de la metropolítica que hacia el siglo XXI vive la ciudad como estructura compleja y heterogénea de vida en un horizonte global, el concepto de urbicidio aporta elementos de análisis ante una forma paradigmática de violencia devastadora. En este artículo reflexionamos sobre las prácticas actuales del urbicidio, no como una experiencia propia de ambientes bélicos, sino, sobre todo, lo que este problema significa a nivel global-local al reconsiderar el proyecto de la ciudad de ahora en más.
Palabras clave: urbicidio, ciudad, violencia, espacio, heterogeneidad, metropolítica.
Abstract
In the last three decades the concept of urbicide has been discussed and critically applied to describe the processes of destruction and application of excessive violence against cities. The concept of urbicide provides elements of analysis of a paradigmatic form of devastating violence, because of its arms reach and the outstanding of metropolitics that, towards the 21st century, lives the city as a complex and heterogeneous structure of life. In the next article, we reflect on the current practices of urbicide, not as an experience of war environments, but above all, what this problem means at a global-local level when reconsidering the project of the city.
Keywords: urbicide, city, violence, space, heterogeneity, metropolitics.
Ciudad como espacio construido
La ciudad es compleja; mejor aún: con ciudad nos referimos a la intrínseca manera de complejización permanente del espacio. Por lo cual, el concepto de ciudad no puede ser sino una mención aproximada: todo el tiempo en aproximación, puesto que más que a una estructura estática, refiere también a movimientos, funciones y relaciones de expulsión, integración, incremento, degeneración, pluralidad, así como a la emergencia de otros vivos que llegan y la muerte de aquellos que irrecusablemente nos preceden.
En este sentido, es la complejidad la que nos permite hablar de la ciudad desde distintos enfoques de horizonte y factores conceptuales que pueden desmentirse unos con y contra otros. Pero en la complejidad también encontramos la signatura que distingue a una profunda modificación morfológica del espacio en la forma de habitar la materia edificada;[1] y a una extendida alteración de relaciones colectivas en la manera de generar marcos normativos, vías para gestionar intereses y dirimir conflictos que dieron pauta a la distinción occidental entre lo ético, lo jurídico, lo económico y político.
Si lo pensamos, los procesos de discernimiento y distinción entre polis griega, urbs romana, ciudad moderna, metrópoli capitalista[2] y urbanización post-capitalista, aunque no son una ingenua secuencia histórica entre sí, o un proceso de fortalecimiento evolutivo de algo, todas ellas hacen patente el dinamismo y los momentos de experimentación espacial; es decir, de construcción del espacio que los individuos y sus formas de relación han bosquejado: formas, algunas efímeras, otras que mantienen vigencia hasta nuestros días.[3]
Adelantemos que entre la pluralidad de sentidos que ha tomado el concepto de espacio después del llamado spatial turn (giro espacial) de la segunda parte del siglo XX,[4] el concepto de espacio debe ser pensado en este artículo desde el término mismo de con–struere, con-struir en tanto acción conjunta, colectiva, de juntar y dar forma; acción que no puede hacerse en las escalas citadinas por un individuo solitario o aislado y que, por lo mismo, exige la simultaneidad de existencia y participación de los otros.[5]
En este sentido, prestamos atención a la ciudad desde las prácticas espaciales de organización y dinamismo, tanto de su masa (edificación) como de su forma (relaciones), pues ellas evidencian a la ciudad no solo en su magnitud y extensión, sino que expresan las relaciones, las funciones y discursos de lo que pueden hacer los cuerpos al hacer espacio, de lo que pueden lograr volviéndose espaciales. Con sus ritmos, sus amplitudes y frecuencias, sus muestras y despliegues, nos permiten saber esto: la apropiación del espacio se da mediante la práctica del cuerpo y la apropiación del cuerpo se da mediante la práctica espacial. En adelante nos proponemos problematizar esta idea.
Habitaciones, oficinas, alcantarillas, azoteas, calles, callejones, teleféricos y norias, plazas y mercados, canchas, locales, transportes, basureros, parques, foros, baldíos, terrazas, ríos nauseabundos, zonas sombrías de puentes, pasajes, túneles, cementerios. En fin, espacialidades por cuanto espacios permanentemente alterados, disposiciones y colocaciones para habitar el mundo.
Pensemos que esta construcción, esta forma de hacer espacio, es nuestra forma de haber, tener y ocupar, pero también es nuestra forma de perder, renunciar y desalojar los lugares como complexiones y trazos espaciales que restituyen, a la par que reivindican, el espacio desde lo sensorial: la voz, el quejido, el olor, lo auditivo, así como las proximidades y lejanías con los otros.[6] Por ello, el espacio de la ciudad, o sea, el espacio complejo que es la ciudad como laboratorio espacial, no es una cosa terminada por otros. La ciudad no es una cosa, sino que siempre existen relaciones que pueden continuarse, no hacerse o modificarse por un efímero nosotros heterogéneo y dinámico que hace del espacio algo común como forma compartida de ser construido, al ser abierto para la intervención participada por las relaciones y referencialidades de lo que pueden los cuerpos con y a pesar de ellos.
Por lo tanto, cabe pensar una definición operativa de ciudad como el espacio construido, complejo y heterogéneo constituido tanto por sus edificaciones como por el pluralismo de sus habitantes y sus prácticas vitales y espaciales.[7]
Destrucción de la ciudad
Hechura fascinante y temible, la ciudad, desde la Ilión de Homero hasta la Alepo de nuestros días, ha sido eje de atención por esta complejidad. Protagonista de una intrahistoria en las topologías del conflicto, la ciudad da razón de sí desde su des-realización. Esto es, la ciudad puede enfocarse no solo desde la construcción espacial debatible (de la contratación común por intereses mercantiles o alianzas militares; o bien, el supuesto origen que va de la familia a lo estatal, o de morfología del paisaje hasta la edificación vertical), sino también desde su destrucción: esta manera de diezmar deliberadamente las realizaciones espaciales en sus magnitudes, funciones, relaciones y discursos. La complejidad morfológica y simbólica del espacio reducida a la descomposición de la ruina, o bien a la simplicidad absoluta y devastadora del escombro o la ceniza.
Si lo repasamos brevemente, las ciudades han sido develadas en su complexión construida por la violencia bélica mucho antes que, por el discurso del giro espacial, la estetización literaria y fílmica de la ciudad del siglo XX o la nueva geografía.
Probablemente, el fin del romanticismo estetizante de la ruina decimonónica nos dé claves de interpretación, cuando advertimos que las ciudades reducidas a cenizas o a escombros son espacios de habitación inimaginables (por cuanto imposibles) y no renovables. De esto da cuenta, por ejemplo, parte de la obra del fotógrafo italiano Gabriele Basilico (ver imágenes 1, 2 y 3). Este fotógrafo retrata la ciudad de Beirut en 1999, devastada e inhabitable, al final de la guerra civil que tuvo una duración de 15 años violentos y destructivos. En palabras del propio Gabriele, su trabajo como fotógrafo no tenía como intención reportar o hacer un inventario fotográfico. Más bien se trataba de dar cuenta de una experiencia histórica y retratar un “estado de cosas”, otorgándole a sus fotografías “[…] el deber civil de contribuir a la construcción de una memoria histórica con este testimonio de la locura humana”.[8]
Es a partir de esta experiencia visual que se intenta reconstruir un panorama de la ciudad destruida. Con grandes similitudes circunstanciales, pero en distintos espacios y momentos históricos, observamos el reciente trabajo emblemático del joven fotógrafo sirio Ameer Alhalbi (Walid Mashhadi) (imágenes 4 y 5) —reconocido en el World Press Photo 2017—, quien muestra a través de sus fotografías el panorama desolador de la violencia contra la ciudad en Alepo. Urbicidio que tiene entre sus víctimas cuantiosas a la población civil y a la ciudad misma, obligando a los habitantes sobrevivientes a un eminente desplazamiento forzoso.
Así, pensemos que a la destrucción horizontal propiciada por la bala de cañón del siglo XIX le prosiguió la apertura vertical de la bomba desde las fuerzas aéreas estrenadas en la Guerra Civil Española por parte de los bandos republicano y franquista, protagonistas indiscutibles de una transformación irreversible de los actos de devastación urbana (Imagen 5).[9]
Pero esta exploración vertical del daño debe dar cuenta de la aplicación tecnológica de los recursos armamentísticos, del reordenamiento global de la humanidad que tendía, con la Revolución industrial, a hacinarse en centros urbanos de producción y, finalmente, el resultado del asesinato en masa que operaba en este cierre de tijera entre el arma y la densidad urbana.
Lo que resulta considerable en ese panorama que va de la década de 1930 hasta lo que sucede en Alepo, Damasco y otras ciudades de Medio Oriente (pero no solo ahí) es que la época romántica de la ruina, sobre la que aún se podría edificar y abrir un tiempo nuevo, dio paso a la destrucción de la ciudad hasta su reducción en el escombro, a partir del cual es prácticamente imposible habitar o reutilizar siquiera algún material.
Lo que pone de manifiesto la práctica del urbicidio es la operatividad e imaginación grotesca para destruir en instantes, a partir de la violencia desmedida, lo que a la población le costó construir varias generaciones. Recordemos que no solamente es la destrucción del edificio, sino del valor simbólico de la memoria, de la cultura y de la vida humana proyectada en esas edificaciones. Por ello nos es posible concebir esta práctica urbicida como la negación de la realización espacial y temporal del habitar: una violencia contra la ciudad, el ejercicio de factores y elementos, tanto materiales como discursivos, que son activados deliberadamente por grupos organizados (estatales, interestatales o sub-estatales) para infligir daño (o la inminente posibilidad de este) a la población y a las condiciones de posibilidad de su habitar mediante el uso de armamentos y argumentos de legitimidad política, cultural y/o económica con fines geoestratégicos.
Comprensión de un fenómeno de violencia contemporánea: urbicidio
Fue a partir de la década de 1990, después de la guerra de los Balcanes,[10] —conflicto anti-urbano destinado a debilitar y destruir el registro que daba soporte memorístico, cultural e identitario a las ciudades—, que las ciencias humanas hicieron propio y extensivo un neologismo para describir la violencia aplicada a una ciudad en su conjunto: urbicidio. Este término de composición latina reveló, en su nomenclatura, lo que había sucedido en el marco de la Segunda guerra mundial con bombardeos a ciudades como Varsovia, Berlín, Dresden, Londres y los casos dramáticos de Hiroshima y Nagasaki, o los casos contemporáneos de Trípoli en Libia, Beirut en Líbano o Damasco y la ya mencionada Alepo en Siria: la relación letal entre el poder, la geopolítica, la tecnología armamentística y la generación a escalas masivas de dolor.
Por nuestra parte, a un año de que la UNESCO declarase que para 2050 el mundo vivirá mayoritariamente en entornos urbanos, nos cuestionamos si esa aglomeración humana, ante urbicidios actuales, terrorismo urbano y la incontenible tendencia del desplazamiento, no depara un horizonte de problemas graves como el de sufrimientos sociales a escalas masivas y alarmantes.
En este marco, el urbicidio está relacionado con los efectos devastadores que producen las guerras y conflictos en las ciudades y, por otro, al impacto que genera la re-funcionalización de las ciudades, sobre todo en aquellos lugares en donde habitan los sectores populares.[11] En nuestro caso, cuando pensamos el urbicidio, ponemos de manifiesto un tipo de violencia que atenta contra la cualitativa base material de la ciudad, es decir, atenta contra su arquitectura y sus componentes identitarios, culturales e históricos.
Urbicidio, como señalan sus raíces latinas urbs y el sufijo –cidio, indica el asesinato o destrucción[12] de lo urbano. En su libro Urbicide, Martin Coward advierte que lo urbano se refiere, por un lado, a las características que identifican a las ciudades, es decir, a sus condiciones materiales tales como las edificaciones; y, por otro lado, al modo de vida y de las experiencias que las condiciones materiales suscitan en los habitantes.[13] De este modo, advierte Coward, si lo urbano, entendido como el entorno construido, es la base indispensable de una ciudad, entonces el urbicidio se refiere tanto a la destrucción del espacio construido que comprende el tejido urbano como a la destrucción del modo de vida específico de tales condiciones materiales.
Pensemos por un momento que uno de los grandes problemas que suscitan los estudios sobre la ciudad es tratar de definirla a partir de su tamaño, la densidad de su población y sus límites geográficos, lo que nos otorga una comprensión limitada de ella. Otro modo por el que se intenta definir la ciudad es pensarla en oposición a otros modos de asociación y vida humana como la vida en el entorno rural.
En nuestro caso, hemos sugerido líneas antes la aproximación por vía de la complejidad y la permanente dinámica de las prácticas espaciales de los cuerpos haciendo y reclamando espacio, para alterar morfológica y simbólicamente el espacio. En este sentido, reflexionemos que las ciudades, metrópolis o meta-ciudades son espirales de una complejidad tal, que es difícil precisar los límites o las definiciones aproximadas que permitirían, si acaso comparativamente, señalar estructuras permanentes y distintivas entre ciudades tan dispares. Inversamente, preguntamos por lo que está en peligro cuando hablamos de urbicidio: ¿qué es aquello en contra de lo que arremete el urbicidio en una ciudad u otra?
Martin Coward y Stephen Graham[14] iluminan conceptualmente el problema al dar cuenta de la intrínseca dificultad para definir lo propio de la ciudad. En este sentido, se prefiere introducir la idea de que el urbicidio es una forma particularmente distinta de violencia política que tiene como cometido destruir el entorno construido (los edificios, por ejemplo) en tanto condición de posibilidad de la heterogeneidad.[15] Un edificio es una estructura compartida, un lugar de habitación común tanto para dormir como para interactuar. En él se manifiesta de manera evidente la relación privada y pública, la interacción y el conflicto del espacio que es negociado una y otra vez para habitar; pues, precisamente, habitar es estar en referencia, pero esa referencia es un referir en conflicto: ideas, prácticas e imaginarios del espacio que son dirimidos insistentemente. De hecho, el espacio público sería producido y resguardado como ese entre de las edificaciones, las calles resguardadas por las fachadas distintas y distintivas que crean, protegen y atestiguan, desde sus ventanas y sus dinteles, la complejidad de la ciudad.
De esta manera, enfaticemos la siguiente idea: cuando hablamos del espacio construido no nos referimos a los edificios simplemente como objetos materiales que ocupan un lugar en el espacio, como entidades vacías sin relación alguna con los objetos cercanos y los seres que los habitan. Antes bien, cuando hablamos de edificios nos referimos a un conjunto relacional de estructuras, a la compleja arquitectura con un valor histórico y cultural fundamental para las sociedades que los habitan; cuando hablamos de edificios nos referimos a un horizonte compartido y a un lugar de referencia. Los edificios acogen y son moradas, son expresión de cuerpos espaciales haciendo espacio en y entre los edificios, porque estos propician el habitar. Los edificios son, así, condiciones de significaciones y relaciones vitales,[16] son testimonio de que otros existen, pues constituyen espacios comunes y compartidos.
A partir de esta evidencia, pensar el urbicidio tiene un espectro más amplio, dado que de este modo ya no lo pensamos solamente como la destrucción de la ciudad, sino, sobre todo, suscita pensar la destrucción de algo que es característico de la ciudad: lo heterogéneo y su construcción compartida. Damos un paso más: la complejidad es posible por la heterogeneidad, la diversidad de lo múltiple e irreductible de la ciudad que es su rasgo constitutivo, aquello que caracteriza a lo urbano.
Coward se apoya en la formulación de Louis Wirth que definió claramente los elementos que constituyen y caracterizan a la ciudad como un asentamiento relativamente grande y denso, además de ser un “[…] asentamiento permanente de individuos socialmente heterogéneos”.[17] A lo largo de su ensayo, Wirth hace énfasis en la idea de que la ciudad es ante todo heterogénea: “[…] históricamente la ciudad ha sido el crisol de razas, pueblos y culturas y un buen campo de cultivo de nuevos híbridos biológicos y culturales. Un espacio que ha tolerado y hasta favorecido las diferencias individuales”.[18] Por ello podemos afirmar que la ciudad, compleja y heterogénea, propicia un modo de vida particular; a su vez este modo de vida solamente es posible por la condición de toda ciudad: su entorno construido, sus edificios en tanto condición de posibilidad de lo heterogéneo.
De este modo, el entorno construido de la ciudad es condición del habitar y de la posibilidad de que los habitantes vivan en relación con otros. Por ello la insistencia de Coward al señalar que el urbicidio refiere a “[…] la destrucción de edificios, no por lo que individualmente representan (objetivo militar, patrimonio cultural, metáfora conceptual) sino como aquello que es condición de posibilidad de existencia heterogénea”.[19]
Urbicidio, en este sentido, representa una forma singular y paradigmática de la violencia material que tiene como fin destruir los elementos constitutivos de la urbanidad. Pero no solo eso, también destruir “[…] la condición de posibilidad del ser-con-otros que constituye lo político. Urbicidio, entonces, es un asunto fundamentalmente político, ya que representa la exclusión violenta de la posibilidad de lo político”.[20] El urbicidio, por tanto, desrealiza lo habitable al afectar a los edificios, los monumentos y todo espacio de relación social y de vida compartido que hacen posible a la ciudad misma.[21]
Consideraciones finales Hemos intentado con este breve trabajo delinear una de las problemáticas contemporáneas sobre la ciudad ante la concentración humana en espacios urbanos y la destrucción violenta, es decir, deliberada de la misma. Sostenemos que el urbicidio, como categoría, aporta elementos de análisis ante una forma paradigmática de la violencia devastadora, por los alcances armamentísticos y el protagonismo que hacia el siglo XXI vive la ciudad como estructura compleja y heterogénea de vida.
En la versión histórica, se ha concebido la ciudad como una creación humana sui generis,[22] como una forma de trascender en el tiempo, un modo de dejar huella en el mundo y en la memoria. Tal y como sugiere la escritora croata Slavenka Drakulić,[23] la destrucción de la arquitectura, construida para sobrevivir al tiempo, concebida como el producto de la creatividad individual y, al mismo tiempo, de la experiencia colectiva, nos interpela de tal modo que vemos, en el colapso de la ciudad, nuestra propia muerte. Quizás por ello nos resulte tan complejo pensar la ciudad, tal y como lo hemos intentado en estas líneas: desde los escombros, desde la destrucción y, en última instancia, desde lo inhabitable del espacio. Precisamos reflexionar sobre las prácticas actuales del urbicidio, no como una experiencia propia de ambientes bélicos, sino sobre todo pensar lo que este problema significa a nivel global-local al reconsiderar el proyecto de la ciudad y, con ello, los modos de vida, de habitar y de apropiarnos del cuerpo en sus ritmos, funciones, formas y magnitudes con uno mismo y los otros, que es aquello que la ciudad propicia y también restringe desde sus condiciones materiales y simbólicas. Este es el tiempo de las ciudades y es probable que la constatación de esta afirmación provenga no de un postulado, sino del protagonismo de su crecimiento exponencial, por un lado, y de la destrucción sistemática desde el pánico, el terror y el arma, por el otro. Frente al desarrollo de las ciudades requerimos pensar la destrucción y lo que en ella está en juego.
Bibliografía
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- Basilico, Gabriele, “Beirut” en Galería Oliva Arauna (http://www.olivarauna.com/exposicion/beirut.html#) Consultado el 20 de abril de 2018.
- Carrión, Fernando, “Urbicidio o la producción del olvido”, Observatorio Cultural, Vol. 25 (diciembre 2014), pp. 76-83.
- Coward, Martin, The politics of urban destruction, New York, Routledge, 2009.
- Drakulić, Slavenka, “Falling Down: A Mostar Bridge Elegy” en The New Republic, 13 de diciembre, 1993, pp. 14-15.
- García, Carlos, Teorías e historia de la ciudad contemporánea, Barcelona, Gustavo Gili, 2016.
- Graham, Stephen, “Constructing Urbicide by Bulldozer in the Occupied Territories” en Graham, S. (ed.), Cities, War and Terrorism. Towards to urban Geopolitics, Oxford, Blackwell, 2004.
- ———, Cities Under Siege. The New Military Urbanism, New York, Verso, 2011.
- Hall, Peter, Cities and Civilization, New York, Random House, 1998.
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- Llorente, Marta, La ciudad. Huellas en el espacio habitado, Barcelona, Acantilado, 2015.
- Mumford, Lewis, The City in History, New York, Harcourt, Brace and World, 1961.
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- Sennet, Richard, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, Madrid, Alianza, 1997.
- Virilio, Paul, Ciudad pánico, Buenos Aires, Zorzal, 2006.
- Wirth, Loius, “El urbanismo como modo de vida”, en Mario Bassols, Roberto Donoso, Alejandra Massolo y Alejandro Méndez (comps.), Antología de sociología urbana, México, UNAM, 1988.
- Zambrano, María, “La ciudad” en Papeles del “Seminario María Zambrano”, No. 3, Barcelona, 2001, pp. 140-144.
Notas
[1] Sobre el carácter de alteración morfológica en su emergencia, desde un enfoque de la antropología de la arquitectura, v. Llorente, La ciudad: huellas en el espacio habitado, ed. cit., pp. 114 y ss.
[2] García, en Teorías e historia de la ciudad contemporánea, ha realizado un estudio sugerente para tratar de comprender el desarrollo de la ciudad contemporánea del último siglo y medio, partiendo de tres enfoques teóricos: desde la sociología, la economía y la arquitectura, teniendo como eje rector el desarrollo capitalista y su influencia en los modos de concebir la ciudad, dando lugar a tres periodos de esta: la metrópolis, megalópolis o metápolis.
[3] Sostenemos esta práctica de experimentación antropoespacial de la ciudad desde una panorámica histórica que puede bosquejarse en las obras monumentales de Mumford, The City in History, ed. cit., passim; Hall, Cities and Civilization, ed. cit., passim
[4] El giro espacial (spatial turn) señala a un conjunto de propuestas sobre el espacio y la espacialidad que emergen entre las décadas de 1970 y 1980, en particular en Francia con el diálogo filosófico que mantienen sobre el “espacio crítico” las obras de Henri Lefebvre, La producción del espacio; Michel Foucault, Vigilar y castigar; Paul Virilio, La arqueología del Búnker, La inseguridad del territorio; Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano; y en la nueva geografía en la obra de David Harvey, Stephen Graham, Doreen Massey, Steward Elden y Eyal Wiezman, entre muchos otros. v. Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, ed. cit., p. 32.
[5] Como los lectores podrán advertir, nuestra idea de “espacio construido” remite a la idea de “producción social del espacio” presente en la obra de Henri Lefebvre, cuando éste afirma que el espacio social “envuelve a las cosas producidas y comprende sus relaciones en su coexistencia y simultaneidad: en su orden y o desorden (relativos)”, Lefebvre, La producción del espacio, ed. cit., p. 129.
[6] Para esta idea de proximidad-lejanía, v. el apunte de Jean-Luc Nancy sobre el transeúnte en La ciudad a lo lejos, ed. cit., pp. 112-114.
[7] Esta relación entre la práctica espacial del cuerpo y el habitar espacialmente la ciudad se delinea bajo análisis comparativos en la obra de Sennet, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, ed. cit., passim.
[8] Basilico, Beirut, s.p.
[9] Esto que Paul Virilio llamó la “aeropolítica” como una estación en el desarrollo del terror global y de la emergencia de las ciudades sometidas y estimuladas por el pánico. v. Virilio, Ciudad pánico, ed. cit., p. 25.
[10] Graham advierte que podemos considerar la guerra de los Balcanes de la década de 1990 como una guerra antiurbana, es decir, que esta guerra se define a partir del ejercicio deliberado del urbicidio. Cfr Graham, Cities Under Siege: The New Military Urbanism, ed. cit., p. 17.
[11] Como en el caso del Nueva York (Bronx) o Chicago, cfr. Carrión, “Urbicidio o la producción del olvido”, ed. cit., p. 80.
[12] De “urban” y “cide”, refiere a la Destrucción de una ciudad y de sus condiciones mínimas para habitarla.
[13] Coward, Urbicide. The Politics of Urban Destruction, ed. cit., p. 38.
[14] v. Graham “Constructing Urbicide by Bulldozer in the Occupied Territories”, p. 194.
[15] Coward, op. cit., p. 53.
[16] En este sentido sería interesante analizar el modo en el que los edificios y los espacios comunes suscitan una serie de experiencias y significaciones tanto individual como colectivamente. Aceptar que la vida en y entre los edificios implica un modo específico de habitar y experimentar tiene mucha relevancia la hora de pensar el urbicidio, precisamente porque la destrucción de la ciudad es la negación de toda experiencia.
[17] Wirth, “El urbanismo como modo de vida”, ed. cit., p. 167.
[18] Ibid., p. 169.
[19] Coward, op. cit., p. 39. Traducción propia.
[20] Ibid., p. 43. Traducción propia. La caracterización de “urbicidio” que ofrece Coward es la siguiente: la exclusión violenta de la posibilidad de lo político, es decir, de la relación y participación de los otros; la exclusión por consiguiente de la heterogeneidad condicionada por el entorno material. Para la autora Nurthan Abujid esta definición es, en cierto sentido, limitada. Por ello sugiere Nutham ampliar la definición del urbicidio como la destrucción de espacios y lugares compartidos y sobre todo de la eliminación de la existencia de identidades plurales (identidades étnicas, religiosas, intelectuales, profesionales, personales, entre otras) que caracterizan lo urbano, cfr. Abujid, Urbicide in Palestine: Spaces of Oppression and Resilience, ed. cit., pp. 26-27 y 33.
[21] Graham, op. cit., p. 17.
[22] Cfr. Zambrano, “La ciudad”.
[23] Drakulić, “Falling Down: A Mostar Bridge Elegy”, ed. cit., p. 15.