Revista de filosofía

Sacrificios peregrinos

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GIORDANO LUCA, “EL SACRIFICIO DE ISAAC”, (HACIA 1696)

 

Yo te retiro, víctima, del mundo en que estabas y
no podías sino estar reducida al estado de una
cosa, poseedora de un sentido exterior a tu
naturaleza íntima. Yo te reclamo a la intimidad
del mundo divino, de la inmanencia profunda de
todo lo que es.

George Bataille

 

Resumen 

Entre lo sagrado y lo profano, entre la ilusoria representación de lo que destruye y renueva se encuentra el hombre. Ese que se sacrifica por un orden requerido y aparente de una experiencia con lo divino. Trata de arrebatar del mundo el sentido primordial de una realidad, pero no de cualquiera, sino de una que se encuentra trastocada por la proyección simbólica de aquello que estamos dispuestos a ofrecer. El acto del sacrificio implica, entre otras cosas, el recorrido peregrino de la pura experiencia con lo sagrado. Es la vía de trascendencia del sentido de dar y abandonarse en la entrega de todo. Así, una y otra vez, el hombre se bifurca en sacrificador-sacrificio, ante la utopía de una asepsia de su propio ser.

Palabras clave: sacrificio, hombre, peregrinación, fe, utopía, sagrado.

 

Abstract 

Between the sacred and the profane, between the illusory representation of what destroys and renews is man. That which is sacrificed for a required and apparent order of an experience with the divine. Try to take away from the world the primordial sense of a reality, but not of anyone, but of one that is disrupted by the symbolic projection of what we are willing to offer. The act of sacrifice implies, among other things, the pilgrim journey of pure experience with the sacred. It is the way of transcendence of the sense of giving and abandoning in the delivery of everything. Thus, again and again, man forks in a sacrifice-sacrifice, before the utopia of an asepsis of his own being.

Keywords: sacrifice, man, pilgrimage, faith, utopía, sacred.

 

El camino ritual: un viaje de fe

Un largo camino y el sol a cuestas. Algunos avanzan y poco a poco sus pies comienzan a sangrar. Otros van de rodillas y pareciera que están ya destrozadas por las piedras y el suelo caliente. Llevan ofrendas, llevan cantos y rezos. Se cree que el fin justifica las súplicas y el dolor. Van a pedir, algunos a agradecer; todos dejarán algo de ellos mismos. Ese es el propósito: entregarse para volver renovados, vivos o muertos, pero diferentes. Peregrinar es un viaje que tiene por destino un lugar sagrado en honor a la deidad que en él se profese. El recorrido siempre implica sacrificio. Es un acto devoto que permite la conexión con lo venerable. Durante el trayecto se reflexiona sobre la realidad que se va experimentando. En ocasiones se realiza por mera devoción y para dar continuidad a sus creencias “porque en su familia se acostumbra”. En otros casos se realiza para pedir algo, un favor, una gracia; otras para agradecer milagros, incluso, hay quienes van como forma de expiación a sus pecados personales o de algún miembro familiar, peregrinan para que se perdone al otro. Cualquiera que sea el motivo todos confluyen en el camino. Y así llega el peregrino, participa de la celebración dispuesta en el templo y con ello sigue su proceso de purificación. Al término del ritual debe dejar algo más que su presencia, debe entregar un objeto inmanente como prueba de fe y gratitud. ­­­­­­­

La importancia radica en que el peregrino debe ir abierto al sacrificio y dispuesto al encuentro con lo sagrado, pues no sólo se trata de recorrer figurativamente un espacio terrenal y ahora celestial, sino de dejar constancia de una cosmovisión que lo funda. Durante el ritual, en su mayoría colectivos —aunque hay individuales—, el peregrino se va creando conciencia de su posición, a sabiendas de que va a entregarse por completo, que va a abandonarse y a aceptar los límites de la realidad que se le presente y a la cual va a reclamar en la intimidad de sí mismo.

ILYA REPIN, “IVÁN EL TERRIBLE Y SU HIJO”, (1885)

El peregrinar en sí tiene recompensas en el sacrificio ritual, pues renueva la fe en un orden sacro y da paso a una esperanza todavía más grande de que sus vidas estarán bajo la mirada protectora de lo sagrado. Las gracias divinas que van suplicando durante las peregrinaciones tienen oraciones culmen al llegar al templo, pues ahí los espera la afirmación del sacrificio. El templete abre sus puertas, todos están congregados, todos refrendan su posición dentro de su grupo. Y es ahí donde el sacrificio será consumado y dará testimonio la propia existencia de lo divino. Pero el camino aún continúa…

Es un todo simbólico donde el regalo de la vida tiene que pagarse, devolverse de alguna manera. Es un acto sacro en el que se ofrenda el sufrimiento y la destrucción de lo que se victimiza… el dolor, la pena, la propia muerte. Es consagrar y santificar el tormento de la existencia subordinada a la fe, esa donde el sacrificador debe separarse del mundo objetual y convertirse en materia, ser la propia ofrenda. Ahora sólo reducto al momento de mayor intimidad de todo lo que a sus ojos es: el sacrificio.

 

El hombre y el sacrificio: la necesidad de creer

La filosofía de la religión basa su atención en los fenómenos religiosos que se presentan, tales como las creencias y formas de actuar de los hombres que se insertan en la religiosidad, por lo tanto, no debemos dejar de lado que “[…] el hombre de las sociedades tradicionales es, por supuesto, un homo religiosus, pero su comportamiento se inscribe en el comportamiento general del hombre y, por consiguiente, interesa a la antropología filosófica, a la fenomenología y a la psicología”.[1]

El comportamiento y los actos que realizan sustentan su experiencia con lo sagrado, por tanto, “[…] el objeto de la filosofía de la religión, empero, no es solamente Dios, en su existencia y su esencia, propiedades y operaciones. También incluye las formas como el hombre se relaciona con él, a saber, el mito, el rito, entre otras”.[2] De ahí la importancia que los rituales han representado para las diferentes culturas, sobre todo aquellos rituales de invocación a órdenes de la naturaleza, donde se ve la importancia de la cosmovisión que cada sociedad ha tenido.

VICENTE JUAN MASIP, “MARTIRIO DE SAN ESTEBAN, (SIGLO XVI)

De igual forma, la filosofía de la religión “[…] estudia la experiencia religiosa y se examinan las cualidades que ésta provoca en quien la tiene”,[3] ese sentimiento de seguridad que obtiene el hombre ante la figura de una deidad. Y ahora, protegido bajo su amparo, se entrega a sus designios, se resigna, bien sea concedida la plegaria o no. Hablamos entonces de un abandono del homo religiosus que, por más que sufra eventos trágicos en su vida, se siente en calma consigo mismo y con su divinidad.

Bajo el antecedente del sentimiento de protección, paz o seguridad, se dispone el hombre a construir la impresión de salvedad. Sin embargo, la representación de lo sagrado bien puede tener dos formas: la de protector y la de indolente. A pesar de todo, la necesidad de creer no necesita ninguna formalidad, es cuestión de fe y del valor referencial que se le otorga dentro de su cultura. Ante ello, fenomenológicamente, podemos describir e interpretar el hecho sagrado de la creencia y su consecuente sacrificio en el acto de conocer el sentido de su propia identidad.

Así bien, los hombres prehistóricos expresaban sus diligencias en ritos de sacrificio, pinturas o figurillas que mostraban la importancia que las formas sagradas tenían como, por ejemplo, en la agricultura. Por lo tanto, se trata de un acto que está en la esencia del hombre. El acto de creer y su consecuente intercambio con el dar del sacrificio puede ser visto también como un hilo conductor del acontecer humano, ese donde la experiencia que la creencia o fe tiene con relación a lo divino explica que “[…] el hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se manifiesta, porque se muestra como algo diferente por completo de lo profano”.[4] Eliade lo llama hierofanía[5], pues se encuentra en lo sacro la manifestación de un elemento diferente, de una realidad que no pertenece a su mundo natural, por tanto los rituales de sacrificio por fe fungen como un vínculo entre lo sagrado y lo profano, entre el cielo y la tierra, “[…] es, pues, natural que el hombre religioso desee profundamente ser, participar en la realidad, saturarse de poder”.[6]

Mircea Eliade argumenta que lo fundamental no son en realidad las tipologías, los esbozos de todo lo que sea sagrado, sino la estructura que nos lleve a comprender el significado de ello, de ahí que la necesidad de creer y de participar en rituales e, incluso, en sacrificios, explica al hombre y su relación con los suyos, pues “[…] la manifestación de lo sagrado fundamenta ontológicamente el Mundo”.[7]

MIRCEA ELIADE

Eliade replica una distinción entre lo sagrado y lo profano. Ambos son totalmente contrarios. Una característica de las manifestaciones sagradas —como las peregrinaciones y los sacrificios— es que tienen más poder y más dignidad, mientras que lo profano radica en lo ordinario de la vida misma, pero cuando sucede algo extraordinario que determina la fe en lo divino, surge lo sagrado. Dentro del ritual del sacrificio se vive esa experiencia, más para que ello suceda convergen ciertos elementos, a saber, un camino recorrido, un espacio ritual, la actitud de fe de cara a lo divino y, por supuesto, el hecho sacrificial. El hombre ofrece su propio ser con tal de obtener algo a cambio. Es una toma y da que tiene un costo de lo que más importe, de lo que más duela, pues “[…] se sacrifica lo que sirve”.[8]

Y así se dispone ese hombre al que le han sangrado los pies, el que está entregando a su hijo para que se renueve el sol, para que sanen las heridas de la tierra, para que todo tenga armonía y el universo siga su curso. Esa es la importancia del sentido de creer, de esa necesidad de saberse protegido por lo divino y participar del ritual, pues así se trasciende su realidad y esa creencia le es superior a cualquier cosa, incluyendo su entendimiento. El hombre, entonces, ha creído que bajo la ofenda del sacrificio, al cual considera sagrado, recibirá algo “especial”.

Por otro lado, Rudolf Otto plantea que la necesidad de creer en lo sagrado es un poder que se sitúa más allá del ámbito del humano, es decir, que repercute, que se encuentra fuera de la realidad humana. El recibir un milagro se erige como un misterio aparte de la realidad, o sea, una realidad trascendente que no es el individuo, sino el milagro como objeto de su experiencia. Ahora el ser humano se piensa como algo inabarcable, algo infinito y en total apertura a un horizonte misterioso. Otto concluye que lo sagrado se edifica como un enigma descomunal, el cual aporta al hombre una confianza tan grande que lo descubre en total y permanente protección,[9] le llama “numinoso”, y es el poder o cualidad más allá del individuo, o sea, que trasciende la experiencia de cualquier ser humano,[10] que lo lleva a ser ahora distinto, pues su necesidad de creer lo ha conducido al encuentro con lo sagrado.

RUDOLF OTTO

 

La utopía del facto sacro

Bajo el lente devoto no queda nada más que ver la realidad del sacrificio y desentrañar la estructura de su sentido. Diseccionamos la imperante necesidad que el hombre tiene de ofrecer(se) ante lo inmanente, ante aquello que no puede explicarse en su totalidad. Y así es como tiende la red de seguridad que lo envuelve en un estado de constante espera de lo sublime o, tal vez, sólo de algo que lo haga sentirse protegido. Al entregarse a su propio fin su sacrificio tiene la consigna de expresar la fe que profesa y, al mismo tiempo, saldar la deuda que tiene. Es una pura demostración de postura ante su mundo. No establece diferencia en sus palabras, no estipula categorías, no se habla de verdades o mentiras, simplemente es poner frente a todos las creencias que lo significan.

Es un discurso de fe, es el misterio de quien busca, incesantemente, una respuesta que bajo sus parámetros naturales no podría suceder. Al vivir el sacrificio pasa a otro plano donde ahora, ese hombre es el centro, convirtiéndose en el punto focal de atención. Para él, la manifestación de lo celestial prevalece en el propio reconocimiento como un estado de paz, y plenitud de la existencia. Toda vez que el hombre se encuentra en el ámbito de lo sagrado, encuentra en éste una vía de trascendencia, pues toma para sí lo absoluto de la gracia dando importancia a lo ilimitado, frente a la limitación de su propio ser. Creerá siempre en lo divino, será inmutable la confianza referida a lo sacro.

Pero el sacrificio no es más que una ilusoria representación de lo que destruye, de lo que subordina al hombre frente el objeto. Ese es su sentido, arrebatarle el mundo de la utilidad material para hacerle saber que lo inmanente es lo íntimo primordial. Esa nueva forma de existir en su realidad lo separa del orbe. Es una conversión de renuncia a la incredulidad, a la exposición que se trasluce en “[…] una realidad absoluta, lo sagrado, que trasciende este mundo, pero se manifiesta en él y, por eso mismo, lo santifica y lo hace real”;[11] por tanto, es el acto sacrificial la proyección simbólica de esa realidad. Y no surge fuera del hombre, sino que es el hombre mismo el que proyecta, convirtiéndose, al mismo tiempo, en sacrificador y sacrificio.

Se trata de una utopía por la regeneración del universo —cualquiera que sea— que se gesta en la intimidad, en el sufrimiento personal donde ese que se entrega, que se abandona al dolor y se separa del mundo, se reclama también como víctima del orden divino, pero con una actitud de alabanza por devoción. No tiene conciencia, sólo posee confianza en los designios que se han tenido para él, pues no hay reclamos, hay aceptación total en su propio ocaso, mas no en el de los suyos. Implora su presencia en el ritual peregrino y retribuye con la gran afirmadora de la vida… con la muerte, porque “[…] el poder que tiene la muerte en general ilumina el sentido del sacrificio […] pues sacrificar no es matar, sino abandonar y dar”.[12]

Por eso el camino peregrino no termina nunca, porque cada que se llega al sacrificio se consuma en un instante bajo el sentido del don y del abandono. Es un círculo infinito que inmola lo que sirve, lo que duele perder; es la entrega de la angustia total para sufragarse a sí mismo. Así, el ritual del peregrinaje hacia el acto sacrificial se realiza para que el mundo tenga orden, para que el tormento pase o nunca llegue a tierra, simplemente, porque el hombre tiene miedo de su resolución íntima y de no poder controlarlo todo, de no explicar su propia naturaleza.

SANTA EDITH STEIN O SOR TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ, (1891-1942). FILÓSOFA ALEMANA, INTELECTUAL DE VANGUARDIA, FEMINISTA DE SU ÉPOCA, CARMELITA Y MÁRTIR. TRAS SER EDUCADA BAJO LA RELIGIÓN JUDÍA, A LOS 14 AÑOS TOMA LA DETERMINACIÓN DE CONVERTIRSE AL CRISTIANISMO. TESTIGO DE LAS DOS GRANDES GUERRAS, MUERE EN LA CÁMARA DE GAS DE AUSCHWITZ EL 9 DE AGOSTO DE 1942, DEBIDO A LA PERSECUSIÓN DE LA GESTAPO DADO SU ORIGEN JUDIO. LA FRASE MÁS FAMOSA EN SUS ÚLTIMOS DÍAS FUE “VEN, VAYAMOS, POR NUESTRO PUEBLO”, DIRIGIDAS A SU HERMANA ROSA.

Sin embargo, el sacrificio se vuelve quimera porque pareciera la cura, pero no, no resuelve ni acoge, “[…] el sacrificio abrasa como el sol que lentamente muere de la irradiación pródiga, cuyo brillo no pueden soportar nuestros ojos, pero no está nunca aislado y, en un mundo de individuos, invita a la negación general de los individuos como tales”.[13] Es un juego de espejos en el que al hombre le sobran razones para temer y por ello vuelve una y otra vez, crea y cree en el ritual del sacrificio como un sistema que le provoca certeza, que sirve como “[…] la utopía de una seguridad generalizada, de una asepsia universal, de una inmunización del cuerpo y del espíritu contra todas las incertidumbres y todos los peligros”.[14]

Así se vuelve al peregrinaje, destrozado y fuerte, doliente y esperanzado, con ilusiones, con certezas y con todas sus interrogantes… Pero ¿cuántos sacrificios estamos dispuestos a hacer? La lista es innumerable, son incontables las madres que dejan a sus hijos por ir a trabajar, a sabiendas que se quedan solos, a merced de situaciones o personas tóxicas; los jóvenes que salen a otra ciudad a estudiar, a alcanzar un sueño, dejando todo aquello que los ha formado; aquellos que caminan trayectos extensos por llegar a donde haya más oportunidades que las que tienen; los que cuidan a sus madres enfermas y quisieran dar la vida por ellas e intercambiar el dolor que padecen, como si ello fuera posible; los que dedican su tiempo a atender a niños o ancianos que necesitan compañía y atenciones, pero que han sido olvidados por los suyos; los que día a día trabajan largas jornadas con tal de llevar lo necesario a casa; los que deben alejarse de la familia por ir a cumplir un proyecto; los que pasan frío y hambre porque lo dan todo por el otro; los que abandonan sus sueños por buscar la estabilidad que rige un sistema; los que ven sufrir a sus hijos, hermanos o padres y prometen todo cuanto pueden y cuanto son con tal de que ya no duela más; los que ven cómo mueren todos a su alrededor, porque así es la vida… y justamente, todos peregrinan hacia el sacrificio de su propio existir esperando les reditúe en algo que los conforte.

MALCOM BROWNE, “EL MONJE EN LLAMAS”, (1963)

 

Bibliografía

  1. Bataille, George, Teoría de la Religión, España, Taurus, 1999.
  2. Beuchot, Mauricio, Filosofía de la religión, México, Cátedra, 2017.
  3. Eliade, Mircea, Lo sagrado y lo profano, Colombia, Editorial Labor, 1994.
  4. Gortari, Hira de, Guillermo Zermeño, (al). Historiografía francesa. Corrientes temáticas metodológicas recientes. México, Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto Mora, Universidad Iberoamericana, 1996.
  5. Otto, Rudolf, Lo Santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, México, Alianza Editorial, 1996.

 

Notas

[1] Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, Colombia, Editorial Labor, 1994. p. 22.
[2] Mauricio Beuchot, Filosofía de la religión, México, Cátedra, 2017, p. 16.
[3] Idem.
[4] Ibid., p. 18.
[5] Idem.
[6] Ibid., p. 20.
[7] Ibid., p. 26.
[8] George Bataille, Teoría de la Religión, España, Taurus, 1999, p. 53.
[9] Rudolf Otto, Lo Santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, México, Alianza Editorial, 1996, p. 23.
[10] Ibid., p. 17.
[11] Ibid., p. 170.
[12] Ibid., p. 52.
[13] Ibid., p. 56.
[14] Hira de Gortari, Guillermo Zermeño, (et al). Historiografía francesa. Corrientes temáticas metodológicas recientes. México, Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto Mora, Universidad Iberoamericana, 1996. Jean Delumeau aborda la práctica de ritos que se realizaban ante la amenaza de lo maligno, es decir, desde tempestades, tormentas, infesta de gusanos o ratas, alrededor del siglo XII, en los cuales se ofrendaba, a manera sacrificial, elementos naturales que evocaban la pureza de la vida, pp. 17-18.