Revista de filosofía

Eichmann, el nazismo y la moral kantiana

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Resumen

¿Puede una persona supuestamente “normal” cometer la mayor de las atrocidades? ¿Hubo una filosofía moral como condición de posibilidad al nacionalsocialismo? En el siguiente artículo respondemos a estas preguntas a través de la interpretación de Hannah Arendt y Michel Onfray sobre la implicación de la filosofía kantiana en el nazismo, señalando el deber kantiano como el responsable de establecer las condiciones de posibilidad de una de las mayores atrocidades de la humanidad: el Holocausto nazi.

Palabras clave: Arendt, Onfray, holocausto, Eichmann, Kant, Nietzsche.

 

Abstract

Can a supposedly “normal” person commit the biggest atrocities? Was there a moral philosophy as a condition of possibility to National Socialism? In the following article we answer these questions through the interpretation of Hannah Arendt and Michel Onfray about the implication of Kantian philosophy in Nazism, pointing out Kantian duty as responsible for establishing the conditions of possibility of one of the greatest atrocities of Humanity: the Nazi Holocaust.

Keywords: Arendt, Onfray, Holocaust, Eichmann, Kant, Nietzsche.

 

¿Puede una persona supuestamente “normal” cometer la mayor de las atrocidades? Es la pregunta que la filósofa Hannah Arendt se formuló tras dar cobertura periodística como corresponsal de la revista The New Yorker al juicio de Adolf Eichmann, el “arquitecto” del Holocausto nazi. La respuesta de Arendt fue rotunda: Eichmann no actuó movido por la locura ni la maldad, sino que actuó según el deber de un sistema determinado. Esta reflexión permitió a Arendt acuñar el término «banalidad del mal», término con el que expresaba que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos, tan solo preocupados por el cumplimiento de las órdenes. Esta conclusión filosófica le supuso cuantiosas y duras críticas a la filósofa, pues se acusaba a Eichmann de ser un ser inmoral y sin escrúpulos, mientras que Arendt defendía que el problema del nazismo residía en que personas normales como Eichmann pudieron ser capaces de las mayores atrocidades jamás cometidas gracias a un sistema burocrático del Estado.

Independientemente de ser judía y de padecer las consecuencias del nazismo, Hannah Arendt supo hacer un análisis extremadamente objetivo sobre el “problema Eichmann”, un análisis que publicó posteriormente en su célebre libro Eichmann en Jerusalén y que recibió enormes críticas porque nadie podía aceptar que tales crímenes organizados por Eichmann pudieran ser cometidos por «personas corrientes», independientemente del sistema en el que se hallara. El presente artículo no trata exclusivamente sobre la tesis de Arendt, sino sobre unos comentarios alrededor de su obra que han permitido poner en cuestión la filosofía de Kant en la medida en que su “filosofía del deber” se perfila como la responsable de que personas como Eichmann llevarán a cabo el exterminio de centenares de miles de personas.

HANNAH ARENDT

Otto Adolf Eichmann fue un teniente coronel de las SS del régimen nazi alemán, responsable de la organización de los transportes de deportados a los campos de concentración para llevar a cabo la “solución final”, nombre que el Tercer Reich dio a la operación que consistía en la eliminación sistemática de la población judía europea durante la Segunda Guerra Mundial, solución que también estaba dedicada a otros colectivos, como el gitano, el cual fue reducido en un 80%. Eichmann y su equipo fueron los responsables primero la deportación, y tras la conferencia de Wannsee del 20 de enero de 1942, del exterminio de miles de personas en los campos de concentración, donde las víctimas fueron torturadas, mutiladas, fusiladas y/o gaseadas. Después de la derrota de Alemania en 1945, Eichmann se escondió en una pequeña villa en la Baja Sajonia donde vivió hasta 1950, año en el que huyó a Argentina. Su estancia en Argentina duró hasta el 20 de mayo de 1960, día que fue secuestrado y trasladado a Israel para ser juzgado, acusado de 15 cargos criminales, incluyendo crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y crímenes contra la población judía. Esta sentencia molestó a Arendt porque los actos de Eichmann no fueron solo contra los judíos sino contra todo tipo de vida opuesta a lo que el régimen nazi entendía como “ario”.

Según explica Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, publicado en 1963, Adolf Eichmann no poseía una trayectoria o características antisemitas destacables, así como tampoco presentaba los rasgos de una persona con carácter retorcido o mentalmente enferma. Es cierto que Eichmann formó parte de las SS, organismo que exigía no tener mezcla judía en la genealogía familiar desde 1750, pero su cometido primero, según explicó en su juicio, no era el exterminio judío, sino el transporte de judíos fuera de Alemania. Esta idea fue modificada a partir de la conferencia de Wannsee en 1942 según la cual se dio orden de empezar el exterminio judío, coincidiendo con las primeras conquistas alemanas sobre tierras soviéticas que dieron lugar al aumento de presos judíos y gitanos soviéticos en los campos de concentración nazi. Según confesó Eichmann en su juicio, éste no estaba de acuerdo con la “solución final” del exterminio tomada en Wannsee, pero a la vez consideraba que él era un simple funcionario que debía obedecer órdenes, motivo por el cual explica Arendt que Eichmann actuó de tal modo por deseo de ascender en su carrera profesional y en cumplimiento de las órdenes de superiores. De este modo, Eichmann actuó siempre según un deber y no según su voluntad, y fue esto lo que permitió que se confesara como ávido seguidor de la filosofía kantiana. ¿Cómo es posible que una persona como Eichmann, que se dedicó por completo al transporte para exterminio de judíos, gitanos, homosexuales y todo opositor al régimen nazi, defendiera ser kantiano? ¿Cómo es posible que Eichmann acudiera al imperativo categórico de Kant reduciéndolo a mero “deber” cuando Kant siempre defendió la libertad de pensamiento como el grado más alto de autonomía y, por ende, objetivo de todo ser humano? Hannah Arendt nunca aceptó que Eichmann fuera un kantiano, alegando que o bien pretendió excusar sus atrocidades detrás del deber kantiano, o bien que leyó tan mal a Kant que le permitió modificar las leyes universales del imperativo categórico en leyes de Hitler, pero lo cierto es que la filosofía kantiana, que invadió Europa desde sus orígenes, no permite en ningún caso la desobediencia al deber. A pesar de que Arendt no vea en la filosofía kantiana una práctica como la de la Alemania nazi, lo cierto es que resulta imposible no trazar una línea que conecte la filosofía kantiana con la actitud de Eichmann y los totalitarismos como el nazismo, por lo que tal vez deberíamos poner bajo sospecha filosofía kantiana, como hace el filósofo francés Michel Onfray en su obra El sueño de Eichmann. Precedido de ‘Un kantiano entre los nazis’.

ADOLF EICHMANN

 

El deber kantiano

Según Kant, la moral del ser humano debe nacer de la razón y producir un único mandamiento o imperativo, cuya función pueda deducir todas las demás obligaciones humanas. Este imperativo, defendía Kant, debe de ser categórico, pues se declara a una acción (o inacción) como necesaria, y no hipotética, pues estas se fundamentan en una ideología y/o religión y, por lo tanto, en la experiencia subjetiva de un individuo. Según Kant, las máximas morales anteriores a su imperativo categórico se basaban en imperativos hipotéticos porque no daban una respuesta formal a los problemas morales, sino una respuesta ideológica y/o religiosa, por lo que no eran respuestas autónomas y libres dado que eran circunstanciales. Esto hace que los imperativos hipotéticos no sean de obligado cumplimiento ya que cada cual puede tener el suyo e incluso el propio puede variar dependiendo de las circunstancias. De este modo, la moral no es autónoma sino heterónoma pues depende de los factores circunstanciales, siempre externos al individuo y en constante cambio. De ahí que Kant señalara que en los imperativos hipotéticos el bien o el mal no sean objetivos, pues son conceptos dependientes del contexto en el que se formulan y, por lo tanto, subjetivos. Esta dependencia al contexto hace que toda respuesta moral hipotética no sea autónoma, motivo por el que se le hacía necesario al filósofo de Königsberg encontrar un tipo de imperativo autónomo que fuera de obligado cumplimiento, y para ello debía de ser independiente de las circunstancias.

Kant desarrolló su filosofía práctica o filosofía moral en varias de sus obras, como la Crítica de la razón práctica, la Fundamentación de la metafísica de las costumbres o la Metafísica de las costumbres, obras que continúan la herencia recibida de su obra fundamental, a saber, la Crítica de la razón pura. En esta obra fundamental de la filosofía kantiana se demuestra (que no muestra) como existe un conocimiento a priori de la experiencia. Si bien no entraremos a discutir que la Crítica de la razón pura pretende desmontar el argumento empírico-escéptico de Hume, sí que señalaremos algo importante, y es que esta crítica es la base de todas las posiciones filosóficas de Kant, desde la epistemología hasta la moral, la estética y la política: la Crítica de la razón pura sienta las bases de toda su filosofía, cuyo objetivo es demostrar que podemos entender al ser humano y el mundo, así como la relación con el mundo y su obrar en él, a partir de un conocimiento racional y no experiencial, es decir, a través de un conocimiento formal. Este conocimiento es el que nos permitiría, según Kant, ser autónomos, pues no estaría sujeto a las caducidades del contexto, sino a la perennidad de la razón: hablamos del famoso imperativo categórico.

El imperativo categórico de Kant pretende ser la base a priori de toda acción moral, su premisa metafísica. Aplicando el trayecto filosófico de su Crítica de la razón pura, el imperativo categórico proporciona un marco al pensamiento ético (la razón práctica) sin ningún contenido moral específico. De este modo, la primera forma del imperativo categórico, aparecido en su Crítica de la razón práctica, reza «obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal». Traducido significa que todo aquello que hagas en el mundo quieras que pueda ser repetido por todos los demás seres humanos. De este modo, el imperativo categórico tiene la intención de formular un mandamiento desprovisto de todo contenido hipotético porque no dice qué debemos hacer para que nuestra acción sea correcta, sino cómo debemos comportarnos para que pueda convertirse en ley universal, basándose este cómo en el sometimiento de la voluntad particular al deber general: Kant nos da la forma que puede ser aplicable a cualquier circunstancia. Así y sólo así podemos actuar libremente, sostiene Kant, porque actuamos según nuestra autonomía racional y no según nuestra dependencia experiencial: la aplicación del imperativo categórico se opone a los imperativos hipotéticos en la medida en que el primero nos brinda una moral autónoma (no sujeta a las circunstancias sino al deber) mientras que los segundos nos ofrecen una moral heterónoma (sujeta a las circunstancias y no al deber).

ADOLF EICHMANN

 De este modo, la segunda forma del imperativo categórico kantiano, que aparece en sus obras Metafísica de las costumbres y Fundamentación de la metafísica de las costumbres, dice «obra de tal manera que tu acción pueda llegar a ser una ley universal». En esta forma, el imperativo categórico de Kant nos vuelve a indicar que debemos actuar según un deber, no según nuestros sentimientos, porque actuar según nuestros sentimientos hace incompatible que nuestra acción devenga en una ley universal en la medida en que lo que es de interés para mí no tiene porqué serlo para otro, ni mucho menor para el resto de la humanidad. De este modo, en esta segunda forma del imperativo categórico, el deber es la norma a seguir, en la medida en que deja exento de todo contenido ideológico y/o religioso (imperativo hipotético) a la acción y, por lo tanto, también de toda circunstancia, deviniendo dicho imperativo categórico en un mero marco que permite dar forma a nuestras acciones: es un imperativo formal aplicable en todas las situaciones pues se abstrae de las circunstancias para fundamentarse en el deber, esta vez, puramente racional. En resumen, el deber debe de ser el motor de acción y nunca el interés porque de lo contrario no podríamos hacer que nuestras acciones fueran universales, sino únicamente particulares, rompiendo así con el imperativo categórico y, por lo tanto, actuando heterónomamente en la medida en que actuaríamos según criterios circunstanciales ya que aplicaríamos imperativos hipotéticos.

No obstante, el imperativo categórico kantiano puede coger otras formas conforme al deber que Kant expresa en una tercera forma, como un derivado de la anteriores: «obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio». Según esta forma del imperativo categórico, seguimos viendo como Kant intenta formular un imperativo más allá de todo contenido hipotético, transformándolo en un deber usado por la humanidad. Sin embargo, si la primera forma ordena actuar de tal modo que nuestras acciones puedan ser universales, es decir, compartidas por todos, en esta última forma observamos un concepto altamente relativo: la humanidad. Es cierto que ya en la primera formulación del imperativo categórico, el concepto “voluntad” daría para volúmenes filosóficos, y así ha sido, pero ocurre lo mismo con el concepto humanidad. ¿Qué es la humanidad? ¿Hasta dónde se extiende?

IMMANUEL KANT, “GRABADO DE DOBLER” (1791)

¿Por qué sólo la humanidad? Sin duda alguna, lo que entendamos por humanidad se fundamenta a partir de un imperativo hipotético pues cada cultura, cada sociedad, tiene un concepto sobre la humanidad, haciéndonos entrar en el terreno de lo relativo, es decir, en el terreno de la experiencia. Pero hagamos una abstracción y concluyamos que la humanidad es el conjunto de todos los seres humanos: ¿no es cierto también que usarlos como un fin y no como un medio es un contenido moral perteneciente a una ideología y/o religión? De hecho, tuvimos que esperar hasta el 10 de diciembre de 1948 para tener un concepto universal de “humanidad” en el que las personas eran un fin y no un medio, definido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que la Asamblea General de las Naciones Unidas formalizó tras las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.

 

El kantismo de Eichmann

Decíamos al principio del artículo que Hannah Arendt sostenía que Eichmann no era un monstruo lleno de maldad, sino que sus actos criminales fueron realizados porque Eichmann era un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio: Eichmann se debía a un deber. De este modo, y si bien hay quien sostiene – como Arendt – que Eichmann no aplicó correctamente el imperativo categórico de Kant porque lo redujo a las órdenes de Hitler, lo cierto es que una moral pretendidamente formal es un peligro en la medida en que pretende pensar más allá de la experiencia, una ingenuidad que el mismo Kant criticó en su Crítica de la razón pura. No es filosóficamente correcto considerar que algunos conceptos pueden estar exentos de contenido experiencial, crítica que el filósofo lituano Emmanuel Lévinas, quien estuvo cautivo en el campo de concentración de Hannover, formuló a través de su filosofía de la alteridad, y el caso de Eichmann es la prueba de dicho error: deberíamos preguntarnos qué entendía Eichmann en particular y la sociedad alemana nazi en general por “humanidad”, a la vez que deberíamos poner bajo sospecha la filosofía moral kantiana, algo que la tradición filosófica de occidente no ha hecho muy a menudo. En primer lugar, podemos afirmar que el concepto de humanidad empleado por la sociedad Alemana (y Europea) de los años 30′ y 40′ dista mucho de lo que hoy entendemos, sobretodo si lo hacemos a través de las lecturas y afirmaciones del libro Mi lucha de Adolf Hitler, según el cual la humanidad había entrado en una decadencia sólo provocada por los intereses y moral judía. Según Hitler y en extensión la Alemania nazi, para salvar a la humanidad, había que salvarla de los intereses de los judíos, motivo por el cual era necesario acabar con todo lo relacionado con el judaísmo, tanto étnica como ideológicamente. Aplicando el imperativo categórico de Kant, Eichmann (y el régimen nazi) obró de tal manera que hizo que su máxima fuera una ley universal: la humanidad era el fin que había que salvar y el medio para hacerlo era acabar con el “problema judío” a través de la solución final.

ADOLF EICHMANN 

En segundo lugar, debemos poner bajo sospecha la filosofía kantiana. Podemos sostener que Eichmann nunca entendió la filosofía de Kant y que la utilizó para defenderse de un juicio que sin iniciarse ya tenía la sentencia de muerte firmada. De este modo, podemos defender que Eichmann redujo el imperativo categórico de Kant a meras órdenes de Hitler, obviando que Kant siempre defendió la autonomía de individuo, y por lo tanto el servirse del propio entendimiento, como el objetivo último de todo ser humano. De hecho, así lo describe Kant en su famoso texto ¿Qué es la ilustración?, asegurando que el objetivo de la Ilustración no es otro que servirse del propio entendimiento. Sin duda uno de los textos de mayor trascendencia de Kant, un texto que Eichmann no podría haber olvidado. Y de hecho podemos sostener que no olvidó este texto porque en él Kant no sólo dice que servirse del propio entendimiento es lo que nos hace ser autónomos, sino que también debemos aparcar nuestro propio entendimiento cuando así lo requiera el interés general expresado a través de las órdenes del gobierno. Así lo asegura Kant cuando defiende que obedecer las órdenes de todo gobierno, más allá del propio pensamiento, es la obligación de todo funcionario argumentado que “en este caso no cabe razonar, sino que hay que obedecer». Ciertamente, Kant sostiene que podemos pensar lo que queramos y que ese es nuestro deber “para con nosotros” en la medida en que eso nos hace ser autónomos. Pero hay un deber “para con los otros” que consiste en obedecer lo que disponga nuestro gobierno, en la medida en que no debemos actuar por nuestro interés, sino por el interés general, algo que el mismo Rousseau hubiera firmado de su puño y letra. De este modo, en un mandato del interés general expresado por el gobierno no cabe razonar, sino obedecer, con el objetivo último de que el Derecho, fundamento de todo estado moderno, no sea vulnerado: para Kant es preferible aceptar una atrocidad a vulnerar el Derecho, puesto que desobedecer una vez el Derecho daría pie a desobedecerlo siempre, y obedecer es lo que hizo Eichmann antes y después de la conferencia de Wannsee en 1942.

Ahora es cuando podemos afirmar que la filosofía kantiana fue la responsable de establecer la condiciones de posibilidad para la realización del Holocausto nazi en la medida en que es una filosofía que no sólo no permite espacio para actuar fuera del deber, sino que ni siquiera permite espacio para la desobediencia, dos aspectos fundamentales que permitieron que gente normal llevara a cabo verdaderas atrocidades durante el régimen nazi alemán: si mezclamos el deber con las órdenes gubernamentales, obtenemos el cóctel perfecto para las condiciones de posibilidad el holocausto nazi. No es que Eichmann interpretara mal a Kant, como defendió Arendt, sino que Kant no contempló el peligro de someter la voluntad humana a cualquier “orden superior” por muy racionales que fueran; no es que Eichmann redujera el imperativo categórico a las órdenes de Hitler, sino que obedeció las órdenes tomadas tras la conferencia de Wannsee en 1942 como bien sentencia el texto kantiano sobre el buen funcionamiento del gobierno; no es que Eichmann manipulara el imperativo categórico de Kant, sino que la moral formal kantiana da lugar a una moral falta de contenido capaz de la mayor de las barbaries; no es que Eichmann no entendiera la filosofía de Kant, sino que la filosofía kantiana se olvidó del ser humano poniendo el deber a la ley por delante, deviniendo así la tierra fértil para un estado burocrático capaz de actuar más allá del bien y del mal de cualquier pensamiento individual.

ADOLF EICHMANN

Tal vez deberíamos preguntarnos previamente cómo ha sido posible el antisemitismo en Europa, porque cuando el nazismo llegó el antisemitismo ya era una realidad. Sin embargo, el problema real consiste en que ver cómo pudo ser posible generar un aparato de exterminio, el cual sólo fue posible mediante una moral dedicada al deber y que relegara la desobediencia a imposible, una moral cuyo imperativo se alejase de la realidad contextual y se fundamentase única y exclusivamente en la formalidad, mezclado con un obedecimiento ciego en miras de obtener unos fines públicos ¿Cómo fue posible, sino, tal exterminio si entre la moral alemana de la época, como la que tenía Eichmann, no había una moral desprovista de contenidos experienciales (hipotéticos) que pusieran en duda un mandamiento formal? En conclusión, sólo gracias a un imperativo alejado de las pasiones y emociones humanas y mundanas, fundamentado en la racionalidad formal del deber, fue posible establecer las condiciones de posibilidad de la “solución final”; sólo una filosofía del deber a las órdenes que prohíbe la desobediencia para el buen funcionamiento del gobierno que ha calado a lo largo de décadas en una sociedad hizo posible en la mentalidad y, por extensión, en la realidad, el exterminio de todo lo contrario al régimen nacionalsocialista. Ahora es cuando podemos preguntarnos qué tipo de autonomía es ésta en la que solo podemos actuar según un deber y no según nuestros intereses y/o convicciones, a la vez que también podríamos preguntarnos si Kant hubiera entregado un amigo judío a los nazis por ser un deber. Y es que, contrariamente a lo que defendía Kant, la autonomía de los individuos no surge a partir de aplicar imperativos puramente formales (racionales), sino hipotéticos, en la medida en que son los imperativos hipotéticos los que cargan de sentido las acciones del imperativo categórico kantiano. De este modo, y muy especialmente, los imperativos hipotéticos generados desde la experiencia personal son los que pueden contrarrestar todo intento de aniquilación de la autonomía en la medida en que hacen sus afirmaciones con el objetivo de obtener los resultados deseados. Los imperativos hipotéticos no se someten al deber, sino a los intereses y, por lo tanto, son los que pueden discutir todo “deber”, especialmente cuando éste es tan devastador como fue el genocidio nazi: en tanto que subjetivos, son los que permiten, por un lado, determinar los conceptos que dan pie al imperativo categórico, y por otro lado, son los que pueden poner en duda toda definición última de cualquier concepto, duda que puede llevar a la desobediencia como el mayor acto de autonomía.

 

Salvando Nietzsche del nazismo

Quisiera acabar a modo de conclusión con una última reflexión, pues si bien casi nunca hemos relacionado la filosofía kantiana con el nazismo, sí que lo hemos hecho continuamente con la filosofía nietzscheana. Tal y como expongo en el prólogo de La filosofía trágica de Nietzsche. Ontología del espíritu libre, la relación entre la figura de Nietzsche y sus obras con el nazismo ha sido y continúa siendo todavía una confusión reproducida en muchos manuales filosóficos, así como en el imaginario colectivo. Es cierto que encontraremos obras de Nietzsche en las estanterías de mandatarios nazis como en la estantería de la casa del comandante del campo de concentración de Sachsenhausen, y que incluso Eichmann se consideraba a la vez nietzscheano y kantiano, pero hay que destacar que mientras la ideología nazi pretendía aniquilar todo individualismo sometiendo su voluntad a la razón del Estado, la filosofía de Nietzsche tiene como objetivo la existencia de los espíritus libres. Muchos pueden argumentar que éste era el mismo objetivo de la filosofía de Kant, sin embargo, ha resonado muchas veces la oposición de Nietzsche a la filosofía de Kant luchando contra el dragón del “tú debes” de su obra Así habló Zaratustra, obra dedicada a la explicación de los espíritus libres: el deber es lo que mató la filosofía de la Crítica de la razón pura y el deber es lo que Nietzsche combatió incansablemente porque el deber mata al individuo para someterlo a una “razón superior” fuera de sí mismo. Y es que, para Nietzsche, los espíritus libres no son aquellos que se someten a una “razón superior”, ya sea estatal, ideológica y/o religiosa, sino aquellos individuos capaces de llevar a cabo su voluntad de poder, es decir, su capacidad inherentemente humana de interpretar, desde su perspectiva ontológica, el mundo y su relación con él.

FRIEDERICH NIETZSCHE 

Más allá de toda subordinación a una moral racional allende de todo individuo y más allá de toda pasividad ante las órdenes de cualquier gobierno, Nietzsche apela a la voluntad de poder de los seres humanos como su capacidad interpretativa, es decir, su capacidad de dotar de sentido los contenidos morales a través de su experiencia, algo diametralmente opuesto al imperativo categórico kantiano: si Kant considera que la autonomía del individuo surge por determinar sus acciones más allá de toda experiencia, es decir, formalmente, Nietzsche vuelve a los imperativos hipotéticos como aquellos responsables de dotar de sentido nuestra relación con el mundo y, consiguientemente, los responsables de ser el sustento desde el cual la razón elabora posteriormente sus conceptualizaciones. De ahí que no podamos entender la filosofía de Nietzsche como la responsable de la moralidad del nacionalsocialismo, sino más bien la filosofía del deber kantiana, por no hacer hincapié en que la filosofía kantiana llevaba décadas de ventaja a la nietzscheana formando parte de la vida cotidiana de los alemanes. A pesar de que Hitler presumiera de leer a Nietzsche, siempre lo hizo a partir de la manipulación llevada a cabo por la hermana de Nietzsche, Elisabeth, motivo por el cual no sólo podemos dudar de que entendiera a Nietzsche, sino de que nunca leyó a Nietzsche sino a su hermana. Pero esto ya sería otro artículo.

 

Bibliografía

  1. Arendt, Hannah, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, Barcelona, 2003.
  2. González, Juan Carlos, La filosofía trágica de Nietzsche. Ontología del espíritu libre, Autoedición, Igualada, 2017.
  3. Kant, Immanuel, Crítica de la razón práctica, Espasa-Calpe, Madrid, 1981; Crítica de la razón pura. Tecnos, Madrid, 2002; Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Espasa-Calpe, Madrid, 1994; ¿Qué es la Ilustración? Alianza Editorial, Madrid, 2013; La metafísica de las costumbres. Tecnos, Madrid, 1994.
  4. Onfray, Michel, El sueño de Eichmann. Precedido de ‘Un kantiano entre los nazis’, Gedisa, Madrid, 2009.